Cuando se dió el atentado, Elpida trabajaba para el Directora Ejecutiva de la Oficina del Programa para Irak, con sede en Nueva York. Elpida trabaja ahora para la Oficina del Enviado Especial de la ONU para Siria, basada en Ginebra.
¿Cómo le afectó el atentado del Hotel Canal, como miembro del personal de la ONU? ¿Le hizo replantearse lo que hacía o dónde trabajaba?
Sin saberlo, el 19 de agosto de 2003 formó mi ADN post-ONU, aunque me tomó vivir unas cuantas zonas de guerra más para entender cómo. Como me dijo una vez un venerado mediador de la ONU: "No estar allí [en el Hotel Canal] significaba perdernos cómo sería nuestro futuro". Yo era una joven de 25 años que apenas llevaba dos en la ONU en aquel entonces -años tumultuosos debido a las consecuencias de la guerra de Irak- y era, en igual medida, una joven energética (prácticamente persuadiendo al Director Ejecutivo del programa de Irak para que me llevara en aquella misión de agosto a Bagdad) e ingenua sobre como funciona el mundo, cosa que no siempre es bonito ver, y el papel de la Organización en él.
Aparte del costo personal (sufrí un trastorno de estrés postraumático latente que se manifestó años después) y del costo personal para tantas personas, aún no me había dado cuenta del costo para la Organización. Bagdad lo cambió todo para la ONU. Cómo hacemos las cosas. Quiénes somos. Lo que el mundo piensa de nosotros. Lo que nosotros pensamos de nosotros. No podía entender por qué el difunto Secretario General Kofi Annan no ordenó la salida de la ONU de Irak (años más tarde, cuando trabajé en su Gabinete, hicimos las paces). Y, sin embargo, yo misma volví a Irak cuatro años después, no como trabajadora humanitaria sino como parte de una misión política, una especie de continuación de lo que Sergio [Vieira de Mello, Representante Especial de la ONU en Irak] y su equipo habían iniciado aquel fatídico verano. Por fin había abrazado "conscientemente" el azul de la ONU.
Veinte años después, ¿qué significa el atentado para usted y su trabajo?
Canal siempre servirá de recordatorio, aunque trágico, de lo que representa o debe representar la bandera azul de la ONU (por primera vez objetivo directo de un atentado terrorista). Ahora tengo la edad que tendrían muchos de los que perdimos aquel día. Ellos encarnaban el espíritu de la bandera de la ONU: desafiar el riesgo, elevarse por encima de la política, hablar en nombre de aquellos cuyas voces eran silenciadas, decirle la verdad al poder, desafiar a grupos más poderosos cuando estos se equivocan, empujar contra viento y marea y resistir. Éstas y todas las personas que hemos perdido y seguimos perdiendo en demasiados conflictos en los que no hemos logrado la paz seguirán sirviéndonos de brújula para corregir el rumbo, para que no olvidemos que el juramento de nuestro cargo en el preámbulo de la Carta de las Naciones Unidas: "Nosotros los pueblos...". Varias misiones (Irak, Afganistán, Palestina, Siria) y cicatrices físicas y emocionales después, sigo llevando conmigo mi salvoconducto de la ONU, chamuscado y destrozado, de aquel agosto de 2003, para recordarme exactamente eso.
¿Qué transmiten al mundo de hoy el atentado y la respuesta de la ONU?
Es difícil decir si el Canal, 20 años después, tiene algún significado para el mundo exterior o incluso para las generaciones más jóvenes de funcionarios internacionales, aparte de para los sobrevivientes. En muchos sentidos, la naturaleza de los conflictos y la participación de la ONU en ellos ha cambiado significativamente en dos décadas: las operaciones de paz modernas se desarrollan en entornos multipolares cada vez más complejos, en constante cambio y de alto riesgo, con la participación de actores no estatales y extremistas violentos, la asimetría del uso de la fuerza, la propagación del conflicto más allá de las fronteras, las repercusiones de las grandes potencias y la consiguiente profundización de la desconfianza mundial. Operar detrás de muros T [barreras protectoras de hormigón que rodean los complejos de las Naciones Unidas en los países afectados por conflictos], fuera de complejos fortificados con sacos de arena, en vehículos blindados, vestidos con EPI [equipos de protección individual] y recelosos de una exposición prolongada a la población local suele considerarse la norma. Al mismo tiempo, la Organización se enfrenta al reto de rendir cuentas ante los suyos y ante aquellos a quienes sirve. Todavía tenemos muchas lecciones que aprender de Canal en lo que se refiere a esto último, para que nuestras misiones estén totalmente preparadas para lo peor, para que nuestro personal sea consciente de las complejidades de los lugares en los que estamos desplegados y para que nuestros dirigentes sean capaces de comunicar con claridad qué es lo que estamos haciendo allí.
Lo mismo cabe decir de los Estados miembros que [a veces] nos presentan mandatos imposibles. Sin embargo, la respuesta de la ONU al Canal fue acertada en un aspecto importante: la ONU no abandonó a los iraquíes aquel día y, al hacerlo, reconoció el sacrificio de quienes perdieron la vida en pos de la verdad; de quienes siguen siendo una brújula moral.